LA ÉTICA, LA MORAL Y LA CORRUPCIÓN EN LA ADMINISTRACIÓN PÚBLICA
La fenomenología de la corrupción es quizás uno de los temas más relevantes de estudio por las diferentes ramas del conocimiento. Este mal se encuentra de manera horizontal a lo largo y ancho de nuestro mundo globalizado, y en sus diferentes gradualidades dependiendo de los planes de lucha anticorrupción de los diversos países. Hablar de esta temática siempre ha puesto en entre dicho lo abstracto y subjetivo del tema, puesto que tiene diferentes perspectivas de análisis como la individual, social, moral, pública-institucional, política, familiar, entre otras más, que proponen diferentes modalidades al momento de realizar su respectivo análisis.
La corrupción en la vida pública se ha convertido en un tema de preocupación mundial. No es vista ya, simplemente, como “ruido” marginal al funcionamiento de los sistemas políticos y de la convivencia colectiva. Hoy se la reconoce como uno de sus grandes disruptores, porque conspira contra la legitimidad de la democracia y el Estado de Derecho y porque afecta, a veces muy gravemente, el uso de los recursos públicos orientados a fines de interés colectivo.
Un acto de corrupción pública es, un acto de deslealtad frente a las reglas que deberían regir un comportamiento social honrado. En términos prácticos, es el aprovechamiento deshonesto de lo público en provecho privado, lo cual se hace más grave cuando ese acto es realizado por sujetos en posición de autoridad.
Ahora bien, esa deslealtad significa la tergiversación general del pacto ciudadano, la vigencia de una asimetría en las relaciones entre gobernantes y gobernados y el deterioro de la confianza en la ley hasta despojarla de credibilidad, todo lo cual hace posible que nazca, en su lugar, un “sentido común” de resignación, de escepticismo y, por último, de cinismo frente a la ley, el Estado de Derecho y la simple idea de la honradez como valor indispensable para la función pública.
Si nos preguntamos entonces por el “qué hacer” frente a este problema, la respuesta que podemos dar se halla vinculada al inacabable fortalecimiento de una cultura democrática y de una experiencia real de ciudadanía. Ciertamente, la gravitación de valores morales como honradez, lealtad, justicia, igualdad se sitúa en el centro de la cuestión. Pero lo que tal vez englobe todo eso en la experiencia colectiva, otorgándole sentido más asible, sea la idea de una vivencia real del ejercicio de nuestros derechos y del cumplimiento de nuestros deberes, es decir, una situación de igualdad ante la ley como bien deseable para mí, pero que solo me será asequible en la medida en que sea también un bien del que disfruten los demás.